martes



El momento preferido del año, era para Arturo aquella única noche en la que ambas lunas, la azulada y la rojiza,  se unificaban tomando un color violetaceo, que resplandecía ante la negra noche.
Ese día en el cielo no se divisaban estrellas, pues su luminosidad se opacaba frente a aquel maravilloso suceso.
Arturo esperaba aquel día más que cualquier otro. Pues su concepción del tiempo se basaba exclusivamente en el trayecto de las lunas, todos los años, preparaba su manta azulada y se acostaba de cara al cielo.
Su disparejo cuerpo se expandía lentamente sobre la manta,  sus ojos se agrandaban y sus pupilas tomaban el color de la noche.
Arturo, expectante, permanecía allí recostado, tenía la percepción de algo mágico en aquellas oportunidades. Como si las lunas, antes blancas, ahora violetas, antes solitarias ahora juntas estuviesen en medio de un maravilloso acto de amor y misterio.
En aquellas oportunidades, disfrutaba el hablarles, era la única oportunidad en la que se sentía acompañado, y ya cerca del amanecer, les silbaba una canción de despedida. 
Aquella noche, Arturo luego de admirarlas un rato largo en silencio, les silbó una melodía, tan bonita que la luna no pudo evitar sonrosarse durante unos minutos.
La noche se fue volviendo azul, hasta que el que sol comenzó a asomarse, y las lunas se desprendieron y cada una marchó hacia una dirección diferente.
Arturo las saludó y dejó caer sus pesados ojos pensando en el misterio de aquellas noches, y en el curioso sol que se aventuraba por un extremo celoso.
Lo que Arturo, en su aislado mundo no sabía,
es que en las noches de lunas violetas,
el universo da nacimiento a nuevos mundos,
y el sol, compañero, siembra en ellos, alentadoras sonrisas.

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