martes


¿De qué color sueñan los que siempre duermen?
¿En qué nube descansan los sueños de los que han partido?
¿Qué música escucharán los dormidos?
¿A dónde se habrán escondido los sueños de mi niñez?
Sueños olvidados, sueños repetidos
Pesadillas azules negras y violetas
Cierra los ojos ave, ¿con qué color te adormeces al amanecer?
Y tu pez, ¿acaso duermes alguna vez?
Sueños aguados, sueños blanquecinos
Pesadillas traviesas mezquinas de alegría 
Gran nube, ¿qué cuento nos contaras hoy?
Pequeña nube, ¿qué sueño lloverás al anochecer?


Con una voz, que hace tiempo no oía salir de mi garganta
Canté
Entoné aquella canción, que durante tanto tiempo me había resultado insulsa, aquella que tanto color y significado había perdido, y que ahora, nuevamente tomaba luz.
Apreté la manita de Lucía, antes tan fragil y ahora ya parecida a la de una mujer.
Y miré a mi alrededor.
La multitud me abrumó, miles de caras, con viejas heridas de hambre, hoy sonreían satisfechas ante un futuro alentador.
Antes de cantar la última frase
alcé la vista al cielo y pensé
hoy si con orgullo el pueblo viste tu color.
Lucía me miro y sonrío.
"Oh juremos por gloria morir."



El momento preferido del año, era para Arturo aquella única noche en la que ambas lunas, la azulada y la rojiza,  se unificaban tomando un color violetaceo, que resplandecía ante la negra noche.
Ese día en el cielo no se divisaban estrellas, pues su luminosidad se opacaba frente a aquel maravilloso suceso.
Arturo esperaba aquel día más que cualquier otro. Pues su concepción del tiempo se basaba exclusivamente en el trayecto de las lunas, todos los años, preparaba su manta azulada y se acostaba de cara al cielo.
Su disparejo cuerpo se expandía lentamente sobre la manta,  sus ojos se agrandaban y sus pupilas tomaban el color de la noche.
Arturo, expectante, permanecía allí recostado, tenía la percepción de algo mágico en aquellas oportunidades. Como si las lunas, antes blancas, ahora violetas, antes solitarias ahora juntas estuviesen en medio de un maravilloso acto de amor y misterio.
En aquellas oportunidades, disfrutaba el hablarles, era la única oportunidad en la que se sentía acompañado, y ya cerca del amanecer, les silbaba una canción de despedida. 
Aquella noche, Arturo luego de admirarlas un rato largo en silencio, les silbó una melodía, tan bonita que la luna no pudo evitar sonrosarse durante unos minutos.
La noche se fue volviendo azul, hasta que el que sol comenzó a asomarse, y las lunas se desprendieron y cada una marchó hacia una dirección diferente.
Arturo las saludó y dejó caer sus pesados ojos pensando en el misterio de aquellas noches, y en el curioso sol que se aventuraba por un extremo celoso.
Lo que Arturo, en su aislado mundo no sabía,
es que en las noches de lunas violetas,
el universo da nacimiento a nuevos mundos,
y el sol, compañero, siembra en ellos, alentadoras sonrisas.

La noche me huele a nubes
y hoy mi alma aspira a ser sueño
Mis ojos se adaptan a la penumbra
y mis pies se hunden en esta calida lluvia.
Hoy me decido a ser sueño,
cabalgaré montado a tus hombros
sujetando recuerdos de tu pequeña niñez
Te silbaré canciones de cuna
y con mis palidas manos te tejeré
bufandas de colores
amarillo, verde azulado,
amigos bajitos
y unas alas celeste morado.
Hoy me decido a ser sueño
y tu noche te aseguro que colorearé
pintaré cielos con tres soles
árboles con botones
y a la luna te subiré
Hoy seré sueño
deja tu ventana abierta a mis pies
déjame espacio entre tu pelo café
cúbreme con tus sabanas de bebé
hoy me decido a ser sueño
hoy mis lapices escribirán sobre algodón
hoy no guionaré clichés
 fantasia misterio
hoy a un flaquito sonorizaré
tu cabeza en mis hojas sumergiré
y de nube en nube me acomodaré
Hoy suave sueño me decido a ser.

Y LAS RISAS SE PROPAGARON COMO EL MAS DULCE FUEGO


La ciudad impasible, monótona, se descoloraba en un invernal martes gris.
El tren arribó a la estación de Retiro; muchedumbres soñolientas se refugiaron en una apresurada pelea por asientos vacíos. Vagones enclenques fueron repletos de figuras encapuchadas, y rostros sombríos.
Era la hora del regreso; la hora de la prisa y el cansancio.
En cuestión de segundos el tren rebalsando individuos, se puso lentamente en marcha.
El correr del motor sonaba como el lamento de una ochentona, que ya muchos años han pasado por sobre ella, y que a duras penas consigue mantenerse en pie.
Los rostros reflejados en las ventanillas, lucían una mirada ausente, y el anterior frío paralizador de extremidades comenzó a dejar lugar a una ola de calor agobiante.
La ola comenzó a extenderse entre las personas, y en los rostros comenzó a apreciarse un color más rosado.
En el fondo de un vagón, sentado de cara a la ventanilla, un anciano miró el rostro rechonchado de un niño que luchaba enérgicamente contra unos enormes guantes que le cubrían ambas manos.
El niño en un arrebato de desesperación lanzó un bufido y con un fuerte movimiento consiguió liberar una de sus pequeñas manos.
Su prisionero, un guante de lana azulado, voló lejos de su dueño, para caer finalmente, en el cabello de una rubia mujer,  quien ante el cansancio de un largo día, se había sumergido en un pesado sueño, sin percibir nada de lo que sucedía.
El anciano que observaba aquella escena fascinado desde el fondo de su asiento, no pudo más que estallar en una formidable carcajada.
El niño animado por su victoria, y por la respuesta en su espectador, corrompió también en una risa igual de estruendosa que la anterior.
Ambas risas se complementaron armoniosas y fueron a dar contra todo individuo del vagón.
Rápidamente el efecto comenzó a reflejarse en la muchedumbre que contagiada ante aquella inocente alegría, no encontraba motivo de mesura.
Las risas comenzaron a circular de vagón en vagón y se propagaron como el más dulce fuego.
Los rostros antes apagados, resplandecieron confundidos.
El tren, ya encendido por completo, circuló toda la noche de estación en estación encendiendo distintos sectores de la ciudad.
Y ni el más atemorizante frío pudo apagar la llamarada de aquella noche,
la tragedia y monotonía retrocedieron rendidas a esconderse, para darle lugar, a las fervientes carcajadas de los transeúntes distraídos.

jueves



acaba de caer recién
la esperanza
certeza
de ver
mi alma levantar vuelo
y en forma de viento ascender


mi ilusión de correr 
mis ganas de verte otra vez
voy a volar mientras pienso
que nuestras las montañas veré


pequeño mundo
separados destinos
hazme armonía
recita mi canción
que vendré sonando
a despertarte hoy


es tan inmensa mi esperanza
tan grande mi certeza
que mi amor me transportará
y en forma de lluvia caeré
a despertar tu sonrisa de papel.