jueves



¡SE LE CAYÓ LA BU-FAN-DA!
Oscar se dio la vuelta con el cuello al aire.
Y las señoras del barrio gritaron escandalizadas.


-¿Y vos linda que querés ser en el futuro?
-una canción.
-¿Un músico dirás?
-no.
solo quiero ser canción. quiero que me tarareen bajito,
que me silben tempranito, que me canten sin comprender mi letra.
quiero susurrarles al oído, quiero ser eterna.


Soles de invierno
como risas de abuelo.


Acaricia mi ensueño el suave murmullo de tu suspirar…

Las..palabras..laten..cantan..acarician..mi suave..suspirar o es mi ensueño.
¡Qué sueño! ¡Qué suave es dormir! ¿Siempre es así de confortante?
Permanezco todavía con los ojos cerrados, mi mente se niega a regresar, en ella siguen circulando ríos de leche, nubes de algodón y mis pensamientos se abrazan al calor de las frazadas.
Tal vez es el murmullo el que me hace abrir los ojos, o tal vez fue la sensación de sentirme observada. El caso es que los abro, y me exhausta el color almohadoso de las paredes.
Pestañeo varias veces, intentando recuperar el sentido, o la razón.
La ignorancia sobre todo lo que me rodea funciona como un baldazo de agua fría. Y comienzo a centrar la atención en ello.
Cuatro largas paredes se extienden sobre mi con un peculiar color piel.
Se entremezcla una fragancia a recuerdos mezclados, que me es imposible identificar, pero que sin embargo, me producen la extraña sensación de deja vu.
Oigo como el murmullo disminuye e inmediatamente el sueño da paso al desconcierto, seguidamente al terror, que se transforma en sueño y nuevamente en confusión.
Pero, ¿Qué? ¿Dónde? ¿Cómo?
Cierro los ojos intentando calmarme y entender lo que sucede.
Pero evidentemente no funciona, aún con los ojos cerrados la imagen de la inmensa habitación continua latente.
Siento mi corazón acelerarse, y el calor que tan confortante me parecía hace un momento ahora me resulta agobiante. Se me dificulta respirar y me incorporo. Descubro que todavía estoy vestida con la ropa que usé ayer en el trabajo y que anoche, demasiado cansada, demasiado holgazana  me resistí a cambiar.
Siento los ojos empañados, no se si es la humedad del lugar, pero cada vez se me dificulta más el ver.
Me esfuerzo en intentar recordar más sobre anoche, pero lo único que llega hasta mi mente es el gato acostado a un lado de la cama, mi espalda al ventilador y mi cara a la ventana, no hay más. Eso es todo.
Me pregunto si algún ser extraño habrá entrado por la ventana y me habrá llevado con él vaya a saber a dónde.
El murmullo se intensifica y me pongo en alerta. Agudizo el oído, y descubro que a lo que había llamado “murmullo” no es más que el ronquido lejano de alguien, y una mezcla de voces contando historias sinsentidos.
Nuevamente la sensación de deja vu me embarga.
Y cuanta más atención le dirijo a las voces que resuenan entre las cálidas paredes, más difusa se me pone la vista,  y más pesados me resultan los brazos y de nuevo el sueño…
Algo hace click dentro de mi mente, y recuerdo algo que me dijo alguien un día, “basta con mirarse los pies para…”
Fijo la vista en ellos, o dónde se supone que deberían estar, y largo una carcajada.
“basta con mirarse los pies para saber si uno está soñando”
Vuelvo a mirar lo que me rodea; así que este color tienen los sueños.
Y de repente todo se hace más cálido y acaramelado.
En cierta manera, me divierte la ironía de la actual situación.  El sentirse despierto y dormido a la vez. Me siento un niño en una dulcería, con el don de crear todo cuanto quiera, ya que de todas maneras, es mi sueño, y es mi oportunidad de hacerlos asemejarse a la realidad.
Sonrío, y mi mano se acerca a la pared, y es que, nunca hasta ahora, ¡había tocado un sueño! Pienso en cuanto podría explorarme a mi misma.
Y extiendo la mano y acaricio el aire y la pared, que al tacto se torna fría, y al tacto deja de ser aire, pared para ser sábana. Sábanas que rozan mis manos.
Y es tarde, lo sé. Me siento volver. Y con ello, vuelven las responsabilidades, y la luz que filtra la ventana que llega a mis ojos cerrados, me pone en alerta. Si son más de las 8 estoy llegando tarde a clase. Además tengo que imprimir unas hojas antes, y no le avisé a Ludmila que me lleve las fotocopias. 
Más tarde, en el colectivo tal vez, recordaría haber soñado algo interesante. ¿Qué era? Bah. Ya fue.
En alguna radio, Gardel sigue cantando:
Todo todo se olvida.

El día que callaron todos los ruidos
se silenciaron todas las voces
El día que la ciudad se vistió de muda
y la noche de sueño
El día, que todo fue silencio
sin música, bocinas, ni gritos.
Más bella me resultó tal vez la calle
o menos agotador el viaje
El día que callaron los sonidos
más relajante fue el mirarte
el no escucharte
el no pelearte ni pensarte
Más feliz, más calmo fue nuestro hablar
e inevitablemente tan agónico nuestro andar.


una aventura corre.
en mi fracasado intento por traerla choco una y otra vez con aquella pegoteante rutina.




Oda a tu cabellera.

Tenías el pelo del color más extraño que haya visto. Un tono entre castaño, rojizo y dorado. Era una hermosa melena tricolor. Ay pero si llovía, ahí solo parecía de un común y corriente marrón.
Inevitablemente fuiste el primero al que miré al entrar a la clase, y lo mismo me sucedió durante las siguientes mañanas. Así que al fin y al cabo, terminaste por gustarme.
A veces te miraba sin querer, era como si mis ojos hicieran imán en tu despampanante cabello. Alguna clase de misteriosa atracción. Pero claro, vos tan tímido, parecías no darte cuenta de aquel encanto que producías. Permanecías ajeno a todos, calladito, quietito, haciendo tus cuentas en el margen de las hojas Rivadavia.
Al tiempito me percate de que lo mismo le sucedía a la mayoría de las niñas del salón, por supuesto.  Posiblemente ellas tampoco pudieron dejar de mirarte. Y está bien, no las culpo ¡quien se resiste a semejante cabellera!
De todas maneras  estaba segura de que mi amor era el más fuerte y verdadero y  por supuesto,  te merecía más que todas. Y es que, también mi brillante castaño oscuro quedaba en perfecto composé con tu rubiesitocastañorojizo.
Algunas pocas veces al día, conseguía que me miraras. Te chocaba, te hablaba, te hacía ojitos y me parecía que comenzaba a enamorarte.
Pero mi verdadero fin, llegó la semana pasada en forma de pelirroja. Esa niña con pelo colorado chillón y con un rostro rebalsante de pecas, que mareaba verla demasiado rato.
En fin pensé que era demasiado chocante para mirarla y que nadie en su sano juicio podría llegar a entablar ningún tipo de relación. Sin embargo, al tiempito te le acercaste a hablar. Así como que no va la cosa, en la fila le preguntaste su nombre y de donde venía.
En el momento pensé que solo lo hacías de gran caballero que sos, pero cuando ahí  al par de días le prestaste tu lapicera favorita azul comencé  a sospechar.
Ahora  de pronto, todos los días se hacen ojitos, y se pasan papelitos.
Pero esta mañana ha llegado muy lejos cuando presencié con horror como le regalabas tu bolsa de caramelos de limón. Creo que ahora, si me vienen los dos juntitos haciendo manitos del recreo, le pondré un fin a esto; te pediré que te vayas retirando del salón, que me devuelvas mis tres lápices de color y te vayas a rasurar la cabeza a Siberia junto con tu nueva novia prima de Ron Weasley.


Todas las estrellas son de la noche.