martes

Mercedes camina, guarda sus manos en el bolsillo, en un inútil intento de darles calor.
Juan la mira, observándola a ella y a su tapado marrón. Contempla un rulito rebelde en su flequillo que danza junto al frío viento de julio.
Mercedes frena, saluda a Juan, y lo toma de la mano. El invierno se vuelve verano.
Ahora Juan duerme, ya un poco más arrugado, como también lo hace Manuel.
Mercedes camina nuevamente en un frío invierno de abril, con su rulito ahora un poco más plateado, su abrigo marrón y una taza de arroz con leche que me trae a mí.
 
Carlos ya no ríe, dice que nunca supo hacerlo, pero aún así, la engañó a Inés. La envolvió como se envuelven los cuellos en invierno, con su suave bufanda de colores, y le prometió cucharadas de miel.
Carlos ya no ríe, dice que nunca pudo hacerlo, aunque jura que lo intentó.
A veces Inés le dobla los labios, en un fracasado intento de dejarlos como el cierre de un paréntesis. Carlos se siente mejor, imagina que sonríe.
Carlos no quiere reír, Inés dice que su bufanda ahora es gris y sus cucharadas de limón. Ella ya tampoco sonríe, y me cuenta que por ello, de Carlos ya se olvidó.

viernes

Hoy puede ser un buen día para despertar.
Subís al tren sin pensar, te amontonas junto a desconocidos que nunca miras. Ocupado vas, en tus pensamientos te encerras, recuerdas las obligaciones y responsabilidades, que acumuladas mentalizado vas a no llegar. Estás apurado, te inquieta el reloj, te fastidia la gente. Repartís codazos al pasar. No ves el momento de llegar, pendiente estás a sentarte, pensando que es el remedio a tu malestar.
Irritado vas, no miras, no sentís, no disfrutas.
Día tras día todo es igual, la rutina agobia tu mente. No tienes felicidad. Vacío, cáscara de sentimientos quedas. No te das cuenta que algo en el ambiente ya no es real. No preguntas, caminas, tus pies son automáticos, no conversas, ya no pensas.
Hoy puede ser un buen día para despertar.
Subís al tren sin pensar, te amontonas junto a desconocidos que nunca miras. Ocupado vas, en tus pensamientos te encierras. Estás apurado, te inquieta el reloj, te fastidia la gente. Repartís codazos al pasar. No ves el momento de llegar.
Irritado vas, no miras, no sentís, no disfrutas, no pensas.
Hoy puede ser un buen día para despertar.
Subís al tren sin pensar, te amontonas junto a desconocidos que nunca miras. Pero hoy yo te digo, ¡Despertá! Abrís los ojos, los abrís de pronto, de golpe ante tanta multitud adormecida. Observas sus rostros, sentimientos y pensamientos dibujados son fáciles de analizar. La gente dormida es un lienzo, fino y transparente al que no cuesta descifrar.
La realidad te comienza a golpear y extasiado estás de tantas imágenes a observar.
El tren galopa de estación en estación. Sentís a tus pies vibrar, te divierte como tus sentidos comienzan a captar.
Tu mirada se dirige hacia la ventana, a los paisajes que corriendo ves pasar. Te detenés en los detalles. Quisieras ser viento, y abarcar toda la inmensidad del exterior.
Aturdido y maravillado estás, te preguntas, ¿Cuánta vida me he perdido? ¿Cuánto tiempo llevo dormido?
Tus pensamientos vuelven a funcionar, diálogos y pensamientos inventas en las cabezas de los demás, sonreís al pasar, vuelves a soñar.
Decidís hacer algo, en los oídos de la gente vas recitando. ¡Despertá!
Hoy puede ser un buen día para despertar.
Abrir la boca, sí, abrirla lo más que pueda en medio de avenidas transitadas. Ábrala y deje que el aire, los autos, y el ruido se metan en ella. Deje que la gente, el bullicio entren a bocanadas, siéntalos ronronear dentro, pero no cierre. Todavía no, tiene que quedarle bien claro que en este momento es imprescindible que usted intente gritar, es posible que no pueda y lo que salga en cambio sea un especie de gruñido. En ese caso, usted está en buen camino. Cuando llegue al otro lado de la calle, cierre. No es agradable ver gente con sus muelas y amígdalas expuestas en plena vereda. Pero es elemental que preste atención a esto, no trague, espere a llegar a la próxima calle, espere a que nadie lo mire, y en el instante en el que haya pisado el asfalto, en ese mismo, ábrala y deje que salga, que salga toda esa gran bola alimenticia que ahora está mezclada con el ruido, con los problemas, con las obligaciones y multitudes, con un par de autos, y personas que haya tragado por error. Deje que salga, escúpala, extírpela de sí mismo. Le advierto que no es tarea fácil, pero verá que satisfactorio se hace expulsarla. Todo es cuestión de segundos, el instante mismo en el que la señora de al lado miró para arriba, y usted aprovecha y escupe. Si hasta acá pudo seguir al pie de la letra las instrucciones sin tragar ninguna mosca, permítame que lo felicita, y le desee un lindo día.