viernes

Abrir la boca, sí, abrirla lo más que pueda en medio de avenidas transitadas. Ábrala y deje que el aire, los autos, y el ruido se metan en ella. Deje que la gente, el bullicio entren a bocanadas, siéntalos ronronear dentro, pero no cierre. Todavía no, tiene que quedarle bien claro que en este momento es imprescindible que usted intente gritar, es posible que no pueda y lo que salga en cambio sea un especie de gruñido. En ese caso, usted está en buen camino. Cuando llegue al otro lado de la calle, cierre. No es agradable ver gente con sus muelas y amígdalas expuestas en plena vereda. Pero es elemental que preste atención a esto, no trague, espere a llegar a la próxima calle, espere a que nadie lo mire, y en el instante en el que haya pisado el asfalto, en ese mismo, ábrala y deje que salga, que salga toda esa gran bola alimenticia que ahora está mezclada con el ruido, con los problemas, con las obligaciones y multitudes, con un par de autos, y personas que haya tragado por error. Deje que salga, escúpala, extírpela de sí mismo. Le advierto que no es tarea fácil, pero verá que satisfactorio se hace expulsarla. Todo es cuestión de segundos, el instante mismo en el que la señora de al lado miró para arriba, y usted aprovecha y escupe. Si hasta acá pudo seguir al pie de la letra las instrucciones sin tragar ninguna mosca, permítame que lo felicita, y le desee un lindo día.

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