jueves

Un perro verde dobla la esquina
Miguel escrutó aquella última oración buscando en ella un mínimo error para así concluir finalmente con su texto. Dudaba de la última palabra y se disponía a cambiarla por un sinónimo, cuando el grito de su hijo lo hizo sobresaltar. Se apuró a socorrerlo llegando a su habitación con la respiración agitada, y encontrándolo sentado sobre su cama, con el cabello empapado en sudor y con una expresión de terror en los ojos. Rápidamente lo tomó entre sus brazos, y con palabras fue calmándolo hasta que logró que le cuente lo sucedido.
Emiliano había tenido una pesadilla, un sueño de niños, donde por lo que pudo entender, un perro de un particular color verde atacaba a un gran león. Este último demasiado querido por él según concluyó.
Si bien su padre insistió en que se trataba solo de un sueño carente de significado, Emiliano no se tranquilizó. Y recién luego de un buen rato en el que le leyó cuentos para olvidar sus miedos, el niño cayó dormido.
Al día siguiente, Miguel se levantó temprano y luego de llevarlo al colegio, se dirigió hacia su trabajo. En el camino de vuelta, paró a comprarle al niño una caja de crayones para recibirlo con alegría de la escuela, pero una vez dentro del local reparó en un peluche situado en lo alto de una estantería. Un león con una gran melena y ojos enormes miraba desafiante a quien quisiera comprarlo. Pasó su mano sobre él y le pareció perfecto. Siempre le habían fascinado esos animales.
Esa noche, Emiliano se quedó dormido abrazando su nuevo regalo, su nuevo amigo. Aunque éste no logró detener que nuevamente las pesadillas lo atormentaran durante la noche.
Esta vez ambos padres acudieron a consolarlo, y escucharon una vez más al niño repetir el mismo sueño, sólo que esta vez parecía incluir a un nuevo personaje, un cazador que controlaba al perro.
Los sueños se fueron repitiendo a lo largo de toda la semana, atormentando e inquietando a la joven pareja.
Era viernes, y un llamado a la noche advirtió a Miguel que la edición de su último libro ya estaba lista, era hora de su publicación.
Al día siguiente, luego de que los habituales gritos del niño, que significaban que acababa de ser sacudido por otra pesadilla, lo despertaran, decidió tomarse el fin de semana libre, para pasarlo con su familia. Pensó que así lograría mejorar el estado de su hijo.
Ya todos listos, se dirigieron a una pequeña plazoleta que todavía podía recorrerse, y en la cual una pequeña cantidad de niños jugaban inocentemente. Emiliano logró olvidar sus temores allí y luego de una tarde completa de risas y juegos, se dispusieron a volver rápidamente hacia la casa, apurados por el miedo a que oscurezca pronto.
Al otro día, Miguel compró el diario y vio publicado en él uno de sus tantos poemas. Un escalofrío lo recorrió.
Esa noche, antes de acostarse, el niño le pidió a su padre que durmiera con él, y fue en ese momento en el que sintió que algo no andaba bien, sentía el miedo atravesar las sabanas y frazadas hasta penetrarlo finalmente.
Se recostó a su lado, abrazándolo fuertemente y prometiéndole que nada pasaría.
Mientras dormían, Miguel podía percibir las pesadillas de su hijo inquietándolo. Las sentía, casi podía tocarlas y quiso alejarlas de él pero no pudo. Esa noche él también soñó con el perro verde y sus cazadores.
Ese domingo cuando cayó la noche, sintieron que el tiempo había pasado velozmente, pues habían perdido completamente la noción de la hora.
El niño no había soltado a su león durante todo el día y ahora que el cansancio comenzaba a envolverlo se dejó caer sobre un sillón al lado de su madre.
El reloj de la cocina marcó las 22,30 de la noche.
Alguien golpea la puerta y de pronto todo se transforma en gritos, ruidos, llantos, oscuridad.
Un instante en el que la vida pasa, de satisfactoria, a inquietante y atormentadora. Un instante en el que se desmorona todo y la violencia irrumpe.
El tiempo les pasa lenta y dolorosamente.
El reloj en el piso marca las 23.00 de la noche.
Emiliano que perdió su león de peluche permanece encerrado en la cocina abrazado a su madre, mientras tanto un falcon verde dobla en la esquina de Hortiguera.


 Dedicado a Miguel Ángel Bustos.

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