sábado

Un papel en la mano y una lapicera como testigos de una inspiración que nunca llega a concretarse, pero que sin embargo, esta ahí, uno la percibe y la toca, la huele y le hace cosquillas, se le ríe en la cara y así como llega ¡zaz! se escabulle en cuanto uno intenta atraparla, se escurre entre las finas líneas de los dedos, y lo deja a uno solo, con un sentimiento de vacío, con esa especie de humedad entre las manos, que en un par de minutos un café y una galletita secarán. Y luego, de nuevo a la terraza, a la cima de tu cabeza, con un libro que desprende recuerdos, un cuento que se mete entre tú pelo y golpea tu razón. Y ahí quedás, atontado entre palabras, intentando unir letras, coser cables, arreglar ese botón que acaba de caer. ¡plin! son dos botones ahora ¡plin, plin, plin! más más, y mirás tu camisa que no tiene tanto espacio, y el pedacito de hilo que seguramente no alcanzará. Y la mano, independiente del cuerpo, comienza a dibujar frases en el aire, en el papel, que alguien más le dicta, porque de eso estás segura, no sos vos, tu mente esta pensando todavía en el hilo y el botón y el agujero de tu camisa. Entonces mirás y lo ves de nuevo, jugueteando en tu nariz, en tus orejas, se cuelga de tu tímpano, te acaricia suavemente el cuello, y suena un timbre, y se va. Y vos lo mirás sin moverte todavía, sentado en tus silla, y le gritas ¡volvé! pero es tarde, y el teléfono sigue sonando. Y lo puteas, soltas tu lapicera y mirás la hoja, ahora llena de un monton de palabras, palabras, letras y una inspiración escurrida.  

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