jueves




Oda a tu cabellera.

Tenías el pelo del color más extraño que haya visto. Un tono entre castaño, rojizo y dorado. Era una hermosa melena tricolor. Ay pero si llovía, ahí solo parecía de un común y corriente marrón.
Inevitablemente fuiste el primero al que miré al entrar a la clase, y lo mismo me sucedió durante las siguientes mañanas. Así que al fin y al cabo, terminaste por gustarme.
A veces te miraba sin querer, era como si mis ojos hicieran imán en tu despampanante cabello. Alguna clase de misteriosa atracción. Pero claro, vos tan tímido, parecías no darte cuenta de aquel encanto que producías. Permanecías ajeno a todos, calladito, quietito, haciendo tus cuentas en el margen de las hojas Rivadavia.
Al tiempito me percate de que lo mismo le sucedía a la mayoría de las niñas del salón, por supuesto.  Posiblemente ellas tampoco pudieron dejar de mirarte. Y está bien, no las culpo ¡quien se resiste a semejante cabellera!
De todas maneras  estaba segura de que mi amor era el más fuerte y verdadero y  por supuesto,  te merecía más que todas. Y es que, también mi brillante castaño oscuro quedaba en perfecto composé con tu rubiesitocastañorojizo.
Algunas pocas veces al día, conseguía que me miraras. Te chocaba, te hablaba, te hacía ojitos y me parecía que comenzaba a enamorarte.
Pero mi verdadero fin, llegó la semana pasada en forma de pelirroja. Esa niña con pelo colorado chillón y con un rostro rebalsante de pecas, que mareaba verla demasiado rato.
En fin pensé que era demasiado chocante para mirarla y que nadie en su sano juicio podría llegar a entablar ningún tipo de relación. Sin embargo, al tiempito te le acercaste a hablar. Así como que no va la cosa, en la fila le preguntaste su nombre y de donde venía.
En el momento pensé que solo lo hacías de gran caballero que sos, pero cuando ahí  al par de días le prestaste tu lapicera favorita azul comencé  a sospechar.
Ahora  de pronto, todos los días se hacen ojitos, y se pasan papelitos.
Pero esta mañana ha llegado muy lejos cuando presencié con horror como le regalabas tu bolsa de caramelos de limón. Creo que ahora, si me vienen los dos juntitos haciendo manitos del recreo, le pondré un fin a esto; te pediré que te vayas retirando del salón, que me devuelvas mis tres lápices de color y te vayas a rasurar la cabeza a Siberia junto con tu nueva novia prima de Ron Weasley.

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