miércoles

El sol nos enrojecía las mejillas
El sol nos humedecía las manos,
y rendidos a nuestro calor
nos refrescabamos en las sombras de los viejos árbustos.
Nuestros pies, se desnudaban en un vano intento de atraer una brisa.
Nuestro cabello se recogía en formas amorfas dejando al descubierto la esperanza de que un escalofrío nos recorriera la nuca.
Nos desalentaba la humedad.
Nos desganaba la temperatura.
Y rendidos caíamos al piso como langostas. A la espera de un ansiado invierno.
Más tarde vendría la lluvia, y nos empaparía de resignación.
Y cuando finalmente el frío nos cubriera:
El viento nos despeinaría
El viento nos inundaría los ojos de lágrimas.
Nuestra nariz y orejas se enrojecerían.
Y el habitual resfríado se instalaría en nuestras camas.
Y tendidos caeríamos entre frazadas. A la espera de un ansiado verano.

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